“Los videojuegos atontan a la gente”.
“Los videojuegos te aíslan del mundo”.
“Los videojuegos te vuelven violento”.
Si has crecido jugando a videojuegos es probable que hayas escuchado estas frases en más de una ocasión. Recuerdo a mi madre, cuando yo era una niña, preocupada cada vez que me veía jugando a la consola. Parecía sentir entonces un irrefrenable deseo de hacer que la dejara y saliera a la calle para ser “una niña normal” y jugar con otros niños. Para ella, los videojuegos eran una mala influencia. Nunca los había probado, pero en su mente la televisión había alimentado esa idea de que los videojuegos generan adicción, aislamiento e incluso violencia.
Pero, ¿es eso cierto? ¿Pueden llegar los videojuegos a ser tan perjudiciales? Mi respuesta es, sin ninguna duda: no.
Por supuesto, hay casos en los que sí se dan estos problemas. Como en todo, los excesos no son buenos y no hay que perder de vista la realidad, convirtiendo el juego en tu única forma de vida. Se han escuchado en más de una ocasión noticias de personas que, por pasar demasiadas horas jugando, han acabado falleciendo al no atender necesidades básicas como pueden ser dormir, beber o comer. O incluso gente que se ha recluido durante años en cibercafés, desapareciendo del resto del mundo, como ocurrió en 2015 con una joven china que fue dada por muerta tras desaparecer de su casa hacía diez años, pero que durante todo ese tiempo había estado jugando.
Sin embargo, a pesar de lo alarmante de estos casos, comparados con el total de jugadores que existen en todo el mundo suponen un porcentaje mínimo.
Es más, en muchas ocasiones se puede decir que jugar a videojuegos ha resultado ser beneficioso para la persona en cuestión. Mejoran la agilidad mental, ayudan a liberar estrés, e incluso conectan gente con intereses comunes. Pero a veces, esta afición puede ir incluso más allá.
Recientemente se publicó una entrevista en el periódico El País en la que se dio a conocer como, gracias al famoso videojuego Minecraft, un niño diagnosticado con autismo consiguió mejorar sus habilidades comunicativas, ayudando a que pudiese expresarse con mayor fluidez y a que sus padres llegaran a comprender mejor a su hijo.
Es entonces, observando casos como este, cuando surge una pregunta: ¿por qué, en lugar de demonizar esta afición en los medios, no se invierten esos esfuerzos en educar a la gente para evitar su mal uso, y en remarcar los aspectos positivos que tienen?
Por poner otro ejemplo, puedo decir que en mi caso los videojuegos me ayudaron a superar una muy mala etapa, sirviendo como vía de escape temporal a los problemas del día a día. No solo no me aislaron del resto del mundo, sino que me permitieron ampliar mi círculo social al conocer a personas que, a día de hoy, son muy importantes en mi vida. Y estoy segura de que, como yo, hay muchísima más gente a la que le ha ocurrido igual.
Podemos decir entonces que, a pesar de que algunos todavía mantengan esa creencia, la realidad se encuentra muy alejada de la imagen de una persona solitaria en una habitación a oscuras recluida durante días con su videojuego favorito. Los videojuegos son una afición que cumple funciones de evasión, socialización, y que fomentan la imaginación; un combo que debería ser más que suficiente para eclipsar esos incidentes relacionados con su mal uso. No es un “invento del demonio”, como decían mis padres, sino una simple afición más.