Hace pocos días, curioseando por mi biblioteca de Steam, me reencontré con uno de esos juegos que me han hecho pasar horas y horas frente a la pantalla. En estas que le di al botón de jugar (porque ya se sabe que cuando más obligaciones hay en el frente más ganas tiene una de huir de ellas) y qué mejor escondite que una pequeña granja donde puedo pasar los días tranquilamente entre verduras y animales.
Y en eso estaba yo, alimentando a mi ganado y regando mis cultivos, cuando un familiar me vio y dijo, entre extrañado e incrédulo: “no te gusta ir al pueblo pero juegas a ser granjera en el ordenador, ¡ya te vale!”. Es entonces cuando se me ocurrió escribir este artículo.
Por si alguno se lo pregunta, el juego del que hablo es Stardew Valley, una joyita como pocas, creado por una única persona y que de tanto éxito que cosechó en Steam dio el salto al formato físico y a las consolas de sobremesa. Stardew Valley es, efectivamente, un juego en el que por azares del destino te ves de pronto disfrutando de la vida campestre en un pequeño pueblo agrícola, cuidando a tus vacas, regando tus tomates y cortando leña, entre otras tareas.
Sin embargo, lo que vengo a escribir hoy no es si el juego es bueno o malo (aunque ya os digo que si tenéis ocasión deberíais comprarlo, prometo que no os arrepentiréis), sino por qué. Por qué un juego como este ha tenido tanto éxito. Por qué recurrimos a la tecnología para vivir a través de la pantalla una vida rodeados de naturaleza.
Si nos paramos a pensar en este hecho no podemos negar que es, cuanto menos, curioso. Por poner un ejemplo, aquí la que escribe es una persona muy urbana, mucho, tanto que lo pasa mal cuando tiene que ir a las clásicas vacaciones familiares en el pueblo. No, no me gusta el campo, y sin embargo he pasado horas y horas viviendo en él a través del ordenador. Me consta, además, que el mío no es el único caso. Muchas personas acaban enganchados a este tipo de juegos, ya sea con este título en concreto o con otros similares, como Harvest Moon o Story of seasons, ambos para 3DS, o los clásicos juegos para móviles como Farmville y demás. Pero, ¿por qué?
La respuesta quizá se encuentre en la paz que supone este tipo de juegos. Es como darle al botón de pausa en tu vida (una vida que, si es urbana, tiende a ser como poco acelerada) y llegar a un oasis de paz y tranquilidad en el que lo único que tienes que hacer es preocuparte por tener comida al día siguiente y cuidar a tus animales, todo ello sin los inconvenientes que conllevan realmente estas tareas. Recoger lo sembrado no provoca sudores ni agotamiento, cuidar a las vacas es simplemente alimentarlas y hacerles alguna que otra caricia.
Es un paraíso idílico que, desgraciadamente, se aleja mucho de la realidad en el campo. De ahí que nosotros, aquellos que vivimos entre grandes edificios y asfalto, nos refugiemos durante horas en él.
Sin embargo, es importante no perder de vista la realidad y no permitir que este sea nuestro único –y ficticio– contacto con la naturaleza. Por mucho que disfrutemos de las nuevas tecnologías, por mucho que nos aporten los videojuegos, debemos tener presente que hay otras cosas que también son importantes en el mundo, y que si bien no tiene nada de malo disfrutarlas a través de nuestra consola u ordenador, conviene de vez en cuando desconectar para observar esa naturaleza que nos rodea en persona, ya sea en el campo, en la montaña, o en los parques de tu ciudad.
Tecnología (y en este caso videojuegos) no tiene por qué estar reñidos con la naturaleza, y hay vida más que suficiente para disfrutar tanto de ambas por igual.